Por primera vez pude asistir al FILMART, el mayor mercado de películas de Asia. Gracias a mi vuelta al mundo puede hacer coincidir el evento y conoce de primera mano como se gestionan los negocios de la distribución cinematográfica. Gracias a ello también pude asistir al pase de varias películas en los 4 días que dura.
La primera de ellas fue la producción china Blind Massage, sobre el día a día de los trabajadores de un centro de masajes, todos ellos ciegos. Las relaciones personales que se establecen entre ellos es el principal motor de la cinta que no deja de ser fiel al aburrido estilo Lou Ye farragoso y mal narrado.
Peor aún fue Killers, de los Mo Brothers. Un psicópata japonés consigue llevar a su terreno a un indonesio que pilla el gustillo de matar tras un hecho traumático. Poco creíble por la parte indonesia, la película se resentirá con el ridículo que va haciendo el japonés a medida que avanza el metraje. Al final la película se convierte en una nada continua y de lo más ramplón.
La única no asiática que vi en el FILMART fue la producción británica Plastic que trata de emular el cine de gangsters contemporáneo de aquel país pero queda en un quiero y no puedo. No por tratar de imitar una forma de hacer cine consigues hacerla tan bien como otros. Aún así al ser entretenida aprueba pero por los pelos. Para ver una vez y ya.
No aguanto mucho a Chapman To, sobre todo en sus papeles cómicos y aquí en From Vegas to Macau se desmelena pero al menos alguno de sus momentos tienen mucha gracia, sobre todo el referido al fútbol, que hará mucha gracia a los aficionados españoles. Chow Yun-Fat mantiene su carisma y es el pilar de la película en este regreso a uno de sus papeles más míticos, el Ken de God of Gamblers. Una delicia para los aficionados de la saga original e igualmente divertida para los neófitos. Atención al cameo final, de antología.
La mejor propuesta del evento fue Once Upon a Time in Shanghai, auténtico homenaje a la Furia oriental de Bruce Lee, y que no deja respiro al espectador. Camuflada con una trama de amistad cuasi filial en la más pura tradición del cine de Hong Kong y una pequeña historia de amor, la película ambientada en la ocupación japonesa es un recital de palos y más palos que deja enganchado a la silla al más pintado toda la proyección con esa fotografía gris y hermosa.
Con más capas de las que pudiera parecer a simple vista aunque bastante localista y floja en su desarrollo, The Midnight After entretiene pero queda lejos de sus objetivos. De nuevo sacando punta de su pertenencia a China y la falta de una cultura autóctona milenaria, este canto a Hong Kong por encima de todo es bonito pero insuficiente para considerarlo una buena película y es que los interrogantes de lo que está pasando o pasará deja a buena parte de la región nerviosa y confundida desde el mismo momento del anuncio de la retrocesión. Y los más de 100 años de colonialismo británico también pesan en la crisis de identidad continua de la población hongkonesa.
Black Coal, Thin Ice fue la flamante ganadora del festival de Berlin y una muy estimable película que remite a un ya clásico contemporaneo como Memories of Murder. Ambientada en una China mucho más oscura y macabra que la de las películas comerciales esta cinta transcurre en dos momentos completamente diferentes, el verano del principio y el invierno de la mayor parte del relato. Una cinta con un tempo difícil de digerir para el espectador occidental acostumbrado a thrillers ágiles y rápidos y con concesiones al espectador que aquí no aparecen salvo en contadas ocasiones.
El remate fue la cinta más floja de todas, Ice Poison, coproducción entre Taiwán y Myanmar dirigida por Midi Z., birmano afincado en Taiwán. Aquí nos da un recital de cine contemplativo, superfluo y aburrido con la excusa del tráfico de drogas en Myanmar. Todo eso que gusta en algunos festivales que encumbran al autor que se dedica a poner la pantalla fija y que los personajes hagan y deshagan. Pero eso no es lo peor, ya que ese dudoso honor cabe al epílogo, gratuito, desalmado y patético que merece el más absoluto de los desprecios.
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